jueves, 17 de octubre de 2013

Amor

 

Yo lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;

hablaba el impreciso lenguaje del torrente;

era un mar desbordado de locura y de fuego,

rodando por la vida como un extraño riego.

Luego soñélo triste, como un gran sol poniente

que dobla ante la noche la cabeza de fuego;

después rió, y en su boca tan tierna como un ruego,

sonaba sus cristales el alma de la fuente.

 

Y hoy sueño que es vibrante, y suave, y riente,

y triste, que todas las tinieblas y todo el iris viste;

que, frágil como un ídolo y eterno como Dios,

sobre la vida toda su majestad levanta:

y el beso cae ardiendo a perfumar su planta

como una flor de ruego deshojada por dos...

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