Yo lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;
hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
era un mar desbordado de locura y de fuego,
rodando por la vida como un extraño riego.
Luego soñélo triste, como un gran sol poniente
que dobla ante la noche la cabeza de fuego;
después rió, y en su boca tan tierna como un ruego,
sonaba sus cristales el alma de la fuente.
Y hoy sueño que es vibrante, y suave, y riente,
y triste, que todas las tinieblas y todo el iris viste;
que, frágil como un ídolo y eterno como Dios,
sobre la vida toda su majestad levanta:
y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
como una flor de ruego deshojada por dos...
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